En la plaza de Arrufó había una cabina telefónica abandonada y desde la biblioteca popular decidieron brindarle un nuevo destino. Colocaron estanterías con libros, establecieron un sistema de autopréstamo y así lanzaron una minibiblioteca abierta las 24 horas. La llamaron Bibliocabina y posibilitó que el hábito de leer se extendiera a visitantes de otros pueblos, trabajadores que están de paso o personas que tienen horarios poco convencionales. Además la presencia de la Bibliocabina reforzó la conciencia social sobre el valor del espacio público, promoviendo un sentido de responsabilidad compartido sobre lo que es de todos.