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“Oye, será siempre luna de miel. Siempre. Eternamente hasta que muera uno de los dos. No puede ser de otro modo. O cielo o infierno. Nada de cómodo y pacífico purgatorio intermedio para que nos alcancen la buena conducta, la abstinencia, o la vergüenza o el arrepentimiento.
…Dicen que el amor muere entre dos personas. Eso no es cierto. No muere. Lo deja a uno, se va si uno no es digno, si uno no lo merece bastante. No muere; uno es el que se muere. Es como el océano: si uno no sirve, si uno empieza a apestar en él, lo escupe en alguna parte para que se muera. Uno se muere de cualquier modo, pero yo prefiero ahogarme en el océano a que me escupa a una faja de playa muerta, y que el sol me reseque hasta convertirme en una manchita sucia sin nombre, sólo “Ésta fue”, como epitafio…” (pág. 75).
Las Palmeras Salvajes
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