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Nuestro mejor homenaje, si verdaderamente lo consideramos el “Padre de la Patria”, debería ser abandonar la paradoja que hasta ahora ha signado nuestra historia: mientras le rendimos homenajes y alabanzas hacemos en el país y con el país sistemáticamente lo contrario de lo que fue el pensamiento político de San Martín:
- San Martín expresó sus propósitos monárquicos, para evitar la anarquía y la desintegración; por el contrario hubo guerra civil y anarquía que produjo la pérdida de 2.200.000 km2 del territorio del Virreinato.
- San Martín advirtió que para sostener los intereses comerciales británicos se atacaba la fe católica; para atajarla San Martín dictó en Perú disposiciones ejemplares y rigurosas para defensa de la religión. La política liberal estableció la libertad de cultos, la educación laica, y un largo etcétera.
- San Martín estableció Orden de nobleza “patrimonio de los guerreros libertadores, el premio a los ciudadanos virtuosos y la recompensa a los ciudadanos beneméritos”, una nobleza hereditaria en el sentido exacto de la palabra noble. ¿Qué hicimos? Eliminar constitucionalmente esa posibilidad, no permitimos que se transmitiera por vía de herencia otra cosa que dinero, y así se creó lo que Dorrego denominó “aristocracia mercantil”, que dominó al país y fusiló al propio Dorrego.
- San Martín escribió a Rosas que aquellos que se aliaban con el extranjero contra su patria cometían un acto de “felonía que ni el sepulcro puede hacer desaparecer” (a Rosas 1839); no sólo aún no se ha publicado oficialmente la lista de felones sino que la mayoría de ellos tienen calles y monumentos en las plazas de la República (Steffens Soler, 1983: 21)
Poema "El libertador" (Meditación ante la tumba del general San Martín)
del poeta argentino Francisco Luis Bernárdez
...
Detrás del sol, el alma inmensa de San Martín desembocó de las montañas./
Y sobre medio continente se desató como un ciclón de luz y llamas./
Su fuerza enorme recorría todas las fibras de aquel cuerpo que avanzaba./
Y aquel abismo de materia se convertía poco a poco en cumbre de alma./
Y era relámpago en los pechos, trueno en las bocas y centella en las miradas./
Chispa en el bosque de las crines y tempestad en la floresta de las lanzas./
Estaba entera en cada grito de rebelión, en cada puño, en cada espada./
Tanto en la sangre turbulenta como en el río silencioso de las lágrimas./
Nuestro destino y su destino se confundieron como el hierro con la fragua./
Y nuestra historia fue tomando la forma justa de la gloria en sus entrañas.//
Seamos fieles a esta forma, como soldados de verdad a una consigna./
Porque es la forma de la patria: justo equilibrio de valor y de justicia./
Sólo una espada como aquélla pudo engendrar, este milagro de armonía./
Porque en ninguna de la tierra la semejanza con la cruz fue tan estricta./
Guardemos siempre la memoria de aquella mano sin temor y sin mancilla./
Guardemos siempre su recuerdo fundamental, como si fuera nuestra vida./
Con el amor con que la fruta guarda en el fondo de su seno la semilla./
Con el fervor con que la hoguera guarda el recuerdo victorioso de la chispa./
Que su sepulcro nos convoque mientras el mundo de los hombres tenga días./
Y que hasta el fin haya un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas.
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